martes, 16 de abril de 2019

Fuego

Por Pablo Javier Piacente.

Algunos querían que Notre Dame se incendiara por completo
Otros deseaban que hubiera sido un atentado
Y no la obra del azar o la estupidez 
Quizás para justificar el odio
Quizás para avivarlo
Buscaban que esas llamas se agiganten y se multipliquen 
Que los bomberos franceses no pudieran con tanto fuego
El mismo fuego que consumía a las mujeres en la Inquisición 
El mismo fuego que purificaba el alma de los detractores de la Iglesia 
El mismo fuego que el hombre engendra para amar y sufrir
              El fuego que nos consume.


Image by edo870 from Pixabay

domingo, 14 de abril de 2019

Barrio



Por Pablo Javier Piacente.


Hoy la lluvia se hace lágrima en la ciudad profunda.

Un trueno
               un desgarro
Botas de goma azul pintadas de barro
                                                  corriendo sin rumbo
Agua en las calles,
                        en las casas,
                                           en las paredes,
                                                                  en las camas
Humedad que trepa hasta los pulmones de los bebés
y muta en gripe en el corazón de las madres.

Una pequeña muerte en cada tormenta.


Image by Jean-Pierre Pellissier from Pixabay

jueves, 11 de abril de 2019

El hilo invisible y la humildad



Por Pablo Javier Piacente.

Hay un hilo invisible que une todas las cosas. La tormenta que sacude al cielo de la tarde pintándolo de sangre y luz. Las olas que transforman al mar en una cordillera de bravías montañas de agua. El leñador que hiere lentamente al árbol hasta hacerlo caer con su música de vértigo. Un sacerdote dando la extremaunción a un hombre desgarbado y cansado de la vida. El llanto estridente de un bebé al nacer.

¿Por qué nos hemos acostumbrado a vivir repitiendo ceremonias que nos alejan de la naturaleza de la vida y del pulso que da ritmo al universo? ¿Por qué nos parece imposible detenernos unos minutos a sentir solamente el latido de nuestro corazón y su eco en el silencio? ¿Por qué?

Comprender la existencia de una magia que recorre todo lo vivo y aquello que alguna vez tuvo vida nos sirve para entender que no somos seres con permiso divino para usar y desechar a nuestro antojo cada espacio y cada elemento de este planeta. Nos sitúa en nuestro verdadero lugar: diminutos e insignificantes puntos perdidos en la inmensidad de un cosmos cuyo final y dimensiones reales aún ni siquiera intuimos. 

¿Quiénes somos, entonces, para dictaminar sobre la existencia o no de millones de formas de vida, amparados en intereses meramente materiales o en la supuesta superioridad de la razón? ¿Quién nos autorizó a corromper el agua cristalina de los lagos, a oscurecer las mañanas con nubes radiactivas, a decretar un silencio de muerte en las selvas ayer melodiosas? ¿Cómo podemos condenar a la indigencia a un número inconcebible de nuestros propios hermanos y que esto nos parezca normal o solamente una falla del sistema?

¿No necesitaremos, quizás, un baño urgente de humildad? De lo contrario, habría que redefinir ya mismo el concepto de humanidad.

Imagen: pixabay.com