El agua del tiempo corre,
veloz e indomable,
para mostrarnos la fugacidad de la carne
y la eternidad de lo inasible.
En el frenesí terrestre no lo vemos,
somos bestias dispuestas a todo
por un pedazo de rojiza carne
arrancada de las entrañas de nuestro hermano.
Pero las aguas indómitas de la eternidad
tapan los cuerpos y sepultan las pasiones.
De todo
solo quedará el viento.
Un inabarcable y atroz silencio.
Por Pablo Javier Piacente.
Imagen: Daniele Colucci en Unsplash.
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